María Giménez Martínez
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¡TE QUIERO! SIN MÁS

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14 de febrero.

¡Qué bonito día para escribirte! ¿No? Pero en realidad, qué más da si todos los días pienso en ti de la misma forma. Pero claro, hoy, en este día en el que todo el mundo utiliza las palabras “te quiero”, echo especialmente en falta tu amor.

Inexplicablemente todo esto no me apena. No achaco las culpas de no quererme. Yo te quiero por mucho que sea un amor claramente imposible.

Aparte de estos pensamientos y sentimientos, me queda tu apacible rostro, con esa sonrisa impecable, tu lacio pelo castaño y tus ojos marrones. Esos ojos que me iluminan como si de una estrella fugaz se tratasen. Una estrella fugaz que pasa rápidamente ante mí, sin detenerse un poquito a mirar.

Pero esa misma estrella me anima a rogar un deseo y pensar que se cumplirá.

Supongo que sabrás deducir de qué deseos hablo, ¿verdad?

Hay tantas ilusiones imposibles amontonadas en mi cerebro que, cuando quiero expresar mis sentimientos, las palabras se emborronan. Sin embargo, estoy segura de que tú sí entenderás cuál es el ardor que circula por mi alma.

¡Bueno, dejemos esto al margen hasta que mis ideas se aclaren!

Ayer, agotada de tanto pensar en ti, en esta misma silla, sentada frente al ordenador, sin mirar siquiera a la pantalla, desvié la vista hacia la calle a través de la ventana. Los coches pasaban y pasaban sin cesar. Me fijé en el tranquilo y reluciente cielo adornado de hermosas nubes, tan esponjosas como siempre y me imaginé volar cogida a tu manos por encima de ellas y, allí, sin prisas, mirarte a los ojos. ¡El paraíso! ¡Qué cosquilleo en el estómago!

- Bonito sueño que, claramente, no se cumplirá- me repito una y otra vez machacándome a mí misma. Y se difumina la alegría de esa idea de volar juntos. Y vuelve la seguridad de que eso solo ocurre en los cuentos. Y el abatimiento que me provoca un irrefrenable llanto. ¡Tú no vas a estar a mi lado.

¿Por qué me dejo llevar por esos sentimientos? ¿Por qué no soy capaz de frenarlos para evitar, así, el derrumbe de mis sueños?

Insisto en que no te culpo, pero te quiero, y no puedo evitar la rabia de saber que sueño inútilmente. Pero, al fin y al cabo, los sueños son eso, sueños, y no tienen porqué cumplirse.

No quiero transmitirte tristeza. Me gusta tu sonrisa. ¡Y no la quiero ver desaparecer ni por tan solo un segundo!

Esta carta era para ti, la persona que me hace sonreír cada vez que su recuerdo vuelve y que tu rostro sonriente me mira de esa manera tan especial.

¡Ay…! Tu recuerdo.

Sé que, aunque te pertenece, esta carta, nunca te será entregada, porque no tendré la suficiente fuerza para enviártela y acabará guardada junto con las demás en mi baúl secreto.

¡TE QUIERO!


¿QUÉ HACER?


Rosana es una niña rellenita y baja para su edad. Tiene doce años y una cara redonda y simpática con una frente lisa. En ella destacan sus grandes ojos, negros como el azabache adornados de largas pestañas, su nariz recta, sus mejillas rojas y sus labios rojos, sensuales y grandes. Su piel es morena, sus manos jóvenes, sus piernas gruesas y sus cabellos ondulados y negros. Y era una niña feliz, muy feliz, sin ningún problema que la preocupara siquiera un poquito.

¿O sí? Realmente sí que tenía un problema, y se llamaba Sara.

Sara es otra niña más delgada que Rosana, aunque no llamara la atención por ello. Sus características más notables son una amplísima frente y una forma de vestir extravagante. Parece simpática e inteligente, pero es todo lo contrario. ¡Es la persona más antipática que podáis imaginar! Y de su inteligencia, ¿para qué hablar? No le gusta estudiar y siempre suspende, pero, y eso es lo que más molesta a Rosana, después se hace la víctima y llora.

La vida de Rosana era una constante lucha por no dejase llevar por la tristeza que la invadía al pensar en Sara, y es que tiene un gran problema con ella. Bajo una apariencia bondadosa, Sara, en realidad, y eso lo descubres sólo cuando se ha introducido en tu vida, siempre intenta ponerse por delante de los demás en todo, cueste lo que cueste. Nada le importa lo que tenga que hacer para ello. Además disfruta separando a los amigos. ¡Es una lianta! Dice a uno cosas que, según ella, ha dicho el otro y viceversa. Así consigue que se peleen. Solo Rosana y sus dos mejores amigos, Nerea y David, no se habían dejado embaucar ella a pesar de que siempre intenta fastidiarles.

Pese a todo, Sara tiene un punto muy importante a su favor. Su madre es profesora del instituto y todos los profesores le muestran un "afecto especial".

Rosana ya estaba harta de ella. Esa noche no pudo conciliar el sueño. Era una noche especial. Algo la recorría por dentro. Un nerviosismo extraño. Algo que nuca había sentido. Por la mañana, mientras contaba su lamentable noche a Nerea y a David en el pasillo del instituto, apareció Sara. ¡Y venía buena! Se dirigió a ellos con aire de superioridad y les dijo:

-¡Qué estáis mirando niñatos insolentes!

Rosana, ya muy cansada de aguantar sus burlas por el simple hecho de que no le gustasen las peleas, le dijo:

-¿Cómo nos has llamado?
-Niñatos insolentes- respondió Sara, sin ningún tipo de problema.
-¿Quién te crees que eres para dirigirte así hacia nosotros, a primera hora de la mañana, sin que nosotros te hagamos nada?- volvió a preguntar Rosana.

Sus amigos no salía de su asombro. ¡No podían creer que una chica como Rosana le plantase cara a Sara!

-Ja, ja, ja, ja-rió Sara.-No sabes con quién estás hablando.
-Sé perfectamente con quién estoy hablando. Hablo Sara Ramírez Domínguez. Y te he hecho una pregunta que me gustaría que respondieras.
-Yo no tengo porque responder a tus preguntas, tendrías que dar gracias de que te dirija la palabra.
-Yo no tengo por qué darte gracias de nada. Yo te trato con educación y sin insultarte.

Dicho esto Rosana dio la vuelta y entró a clase. Nerea, que es muy sabia, le advirtió que lo que había hecho le iba a costar caro. Mientras David se alegraba porque "le había dado su merecido". Sonó el timbre. Era la hora del recreo. El el camino al patio surgió una Sara feroz que les cortó el paso.

-Tú, imbécil, te esperan en jefatura de estudios.

Rosana, en silencio, miró a Nerea. Esta le devolvió una mirada que parecía gritarle: "te lo dije". El camino hacia jefatura se le hizo eterno. Llegó a la puerta y, disimulando su temblor de piernas, pidió permiso para entrar. Andréa, la jefa de estudios, mostraba una enorme cara de enfado. Causaba realmente miedo.

-¡Pasad, pasad!

Rosana entró y se sentó.

-Sara dice que le has insultado
-Pe…perooo si yooo.. si yo no
-Tú no ¿qué? Sé perfectamente que le has insultado y no hay replica que me valga, así que te vas a pasar una semana sin recreo. Ya te puedes ir.

Rosana vio a Sara al fondo del pasillo riendo a carcajadas.Los días siguientes Rosana, experimentó una extraña sensación. ¡Empezaba a conocer qué era el rencor! Sentía unas intensas ganas de venganza. Una voz en su interior que le decía:

-¡Vamos! Ella siempre te humilla ahora es la ocasión de vengarte.

Pero su gran bondad, otra voz más pequeñita, le decía:

-No hagas caso, tú no eres así.

Rosana hizo caso a su bondad. Pero, ¡algo tenía que hacer! Y concibió un plan.

Una mañana tuvo otro enfrentamiento similar al anterior, y Rosana actuó con la misma educación. Y fue llamada de nuevo a jefatura. ¡Pero ahora presentó una grabación tomada con su móvil que daba fe de lo ocurrido. Sara fue expulsada por dos días y Rosana aclamada por los compañeros.


DESPUÉS DE LA TEMPESTAD VIENE LA CALMA


Llegó el último día del primer trimestre.

-Uff, ¡qué nervios!-dijo Rosana-Mis padres vendrán en cinco minutos a recoger las notas. Yo creo que serán buenas, pero aún así sigo nerviosa.
-Tranquila Rosana, no es para tanto-trataba de tranquilizarla inútilmente Nerea.
-Déjalo Nerea, si está muy loca, no te va a hacer caso, ¡ja, ja, ja!-rió David.
-¡Ja, ja!-rió irónicamente Rosana.

Justo entonces pasaron a clase los padres de Sara que iban a recoger las notas. Sara se quedó fuera. Cuando Rosana ya esperaba lo peor, Sara dijo educadamente:

-Hola.
-Hola-se vio obligada a responder Rosana.

Rosana se dio la vuelta y siguió hablando con sus amigos:

-¡Qué raro!,-les comentó en voz muy baja.
-Nunca pensé que se comportaría así con nosotros-respondió Nerea.

Tan gracioso y descuidado como siempre David añadió.

-¡Déjala!, se le habrán cruzado los cables.

Esto quedó así. Pero la cosa cambiaría antes o después. Rosana y sus amigos salieron al patio. Los padres de Rosana no cabían en sí de gozo, ¡las notas de su hija eran increíbles! Y la dejaron que fuera con sus amigos al centro comercial.

-¡Qué bien lo estoy pasando!-repetíar Rosana.
-¡Je, je, je! Yo también. ¡Cómo me alegro de haber venido!-Decía su prima Sarai que también tenía su edad y estaba en el mismo instituto, por lo que les había acompañado.

De repente, Rosana, paró en seco.

-¿Qué pasa?-Preguntó Nerea.
-¿Estás bien?- No cesaba de preguntar David.

Rosana señaló al fondo de la cafetería en la que merendaban. Allí, amenazadora como siempre y con esa mirada fulminante la caracterizaba, mirándola directamente, estaba… ¡SARA!

¡Por qué a ella! No entendía por qué le tenía tanto odio. ¡Una vez más intentaba fastidiarle la fiesta! Se acercó lentamente a su mesa y, finalmente, dijo:

-¿Qué hacéis aquí?
-Eso, eso-añadieron al unísono las chicas que le acompañaban.
-¿Y tú qué miras renacuaja?,-le dijo a Sarai, que era baja, incluso más que Rosana.

Sarai, que al igual que su prima tenía mucho genio, respondió:

-¡Como me vuelvas a insultar, te, te…!
-¡Que me vas a hacer tú, si no me llagas ni a los tobillos!

Las primas se aprestaron a enfrentarse a la injusticia, pero estaban en franca minoría para hacer frente a tanta maldad, pero ¡oh milagro!, un camarero tropezó y su bandeja voló por los aires. ¿Qué era aquello? Dos hojas de lechuga y varías rodajas de tomate procedentes de unas enormes hamburguesas, había terminado sobre la cabeza de Sara y sus secuaces.

Rosana y sus amigos rieron como nunca. ¡No dejar de reír! ¡Cada uno tiene al fin su recompensa!


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