Fernando Martínez Gil
40544634254_cbeb1bc2bd_n.jpg

41348238961_bdc006b951_m.jpg

Un viaje a Inglaterra

40452909085_530f97ec01_z.jpg

¡Era nuestro turno, la hora de facturar las maletas! Sentía nervios, porque para mí era especial viajar a aquel sitio. Estábamos sentados hasta que por fin escuchamos: “Señores pasajeros, por favor embarquen por la puerta 5 los que vayan destino Londres – Gatwick”.

Ya eran las diez y subidos en el avión, sin darnos cuenta, ya estábamos volando. Los invernaderos se veían como lagos de plata y los coches parecían hormigas. Pasaron dos horas y media hasta que las primeras nubes de Inglaterra se divisaron. Llegamos sanos y salvos al aeropuerto. Aquello era gigantesco y anduvimos unos diez minutos hasta recoger las maletas. Más tarde cogimos un taxi para que nos llevara hasta Brighton. Por las ventanillas se veían los hermosos bosques y, cómo no, para variar estaba lloviendo. También se veían los coches ciBing_Ben.jpgrcular por el otro carril, pero al final te acostumbras enseguida.

Por fin llegamos a Brighton. Nuestra casa estaba muy bien. No era muy grande, pero tenía de todo. Después de dejar las maletas fuimos a un bar a comer algo. Yo me pedí un sándwich de pollo que estaba buenísimo. Por la tarde colocamos la ropa, fuimos al supermercado a comprar comida y nos fuimos a descansar. Al día siguiente hicimos turismo por Brighton. Lo primero que vimos fue el Royal Pavilion en el que habitó el rey Jorge. Era impresionante. Todo estaba decorado al más mínimo detalle y era extraordinariamente lujoso. Por la tarde nos subimos al autobús turístico y nos dio una vuelta por Brighton y por último un autobús nos llevó hasta nuestra casa.

El lunes empezó lo que sería nuestra rutina diaria. Por la mañana un taxi fue a recogernos porque íbamos a empezar un curso de inglés en una escuela. Allí había gente de muchas nacionalidades como turcos, suizos, ingleses, brasileños, españoles, etc. En nuestra clase éramos nueve y de ellos cinco éramos españoles. Por la mañana dábamos clase. Sobre las doce terminábamos y nos íbamos a comer y después íbamos a un pabellón a jugar y no lo pasábamos muy bien. A las cuatro venía el taxi a recogernos y nos llevaba a nuestra casa. Por las tardes nos íbamos al paseo marítimo a caminar o a hacer un poco de ejercicio.

El miércoles por la tarde fuimos con un amigo que habíamos conocido en el curso a la bolera de Brighton Marina. Jugamos una partida de diez turnos y al final ganó mi hermano. Yo me quedé tercero, pero por muy pocos puntos. El viernes, al ser el último día del curso, hicimos algo diferente. Después de comer hicimos un campeonato de ping pong. La cosa estuvo muy reñida pero al final gané yo y me dieron un paquete de chicles. Por último nos fuimos a la clase para que nos dieran los diplomas y también nos despedimos de los compañeros y de los profesores. Esa tarde fuimos al centro de Brighton y estuvimos viendo tiendas, calles, edificios y eran muy bonitos.

El sábado nos fuimos con un grupo a ver Windsor y Oxford. Primero fuimos a Windsor. Allí el monumento más importante era el castillo de la reina de Inglaterra, pero no entramos porque había una cola enorme, así que vimos las calles y los edificios. Después fuimos a Oxford, que es una ciudad con muchos edificios antiguos. Allí vimos la escuela donde está el comedor y las escaleras de Harry Potter y un museo de arqueología.

El domingo llegó el gran día: por fin íbamos a ir a Londres. Cogimos el tren en Brighton y llegó a la estación de Victoria, en Londres. Lo primero que vimos fue el palacio de Buckingham. Era grande y blanco, rodeado por una reja negra con figuras doradas. En la puerta estaban los guardias tan famosos que no se pueden mover. Continuando la visita vimos el Big Ben y, al otro lado del Támesis, el London Eye. La noria tenía ciento treinta y cinco metros de alto y tardaba unos veinticinco minutos en dar la vuelta. Después de comer fuimos al Madame Tussauds, que es el mejor museo de cera del mundo. Las personas eran idénticas y a veces te pensabas que eran de verdad. Después volvimos a Brighton.

La semana siguiente por las mañanas íbamos a correr por el paseo marítimo y después comprábamos en el supermercado la comida y ayudábamos a mi padre a hacerla. Por la tarde nos acercábamos a Brighton por el paseo, viendo las olas y el ambiente, que era bastante animado. Los últimos días los pasamos en Londres.

El viernes dejamos la casa y nos fuimos a un hotel. Primero fuimos a la tienda olímpica de Londres. Me compré una mochila y una camiseta. Luego nos acercamos a la Torre de Londres. Lo que más me gustó fue las joyas de la corona en la que te subías en una cinta mecánica e ibas viendo las distintas joyas. Después de comer vimos la construcción del Estadio Olímpico de Londres 2012. Estaba en un recinto en el que también se encontraba el centro acuático, la villa olímpica, el velódromo y el parque olímpico.

Por la tarde nos acercamos al British Museum. Tenía gran cantidad de piezas arqueólogas. Preguntamos si allí se encontraba el sarcófago del faraón Tuntakamon, pero se lo habían llevado a Egipto. Al día siguiente habíamos quedado con una prima de mi madre para que nos enseñara el parque de Greenwich. Tenía muchos jardines y en lo alto se encontraba el observatorio astronómico. Lo más curioso era que por la tarde, a lo largo del parque se iluminaba la línea por donde pasaba el meridiano. El domingo fue nuestro último día. Dejamos el hotel y nos fuimos en tren hasta el aeropuerto de Stansted.

Tomamos el avión hacia Almería sobre las cinco y media. En el avión veía pasar todo lo que había visto estas dos semanas y lo que había disfrutado. Llegamos sobre las ocho y media. Allí estaban mis abuelos esperándonos, que se pusieron muy contentos al vernos, después nos montamos en el coche y por fin nos fuimos a casa.


Una excursión por Genoveses


Era primavera, en la mañana, cuando decidimos realizar una excursión a los Genoveses, situado en el parque natural de Cabo de Gata. A mediodía partimos desde San José. Se podían ver las típicas casas blancas con marcos azules que recordaban al mar y detrás de ellas a este, con esa tranquilidad que transmitía en aquel día. Después de cruzar el pueblo llegamos al campillo de los Genoveses, un lugar inmenso de flores de miles de colores.

El camino más rural que atraviesa aquel campillo comenzaba al lado de un molino antiguo que restauraron hace poco. Es de color blanco con el tejado y la hélice de madera. El camino no era muy ancho y a los lados se podía ver una gran variedad de plantas, como chumberas, pinos, tomillos y muchas amapolas. Se te hacía muy ameno pasear por aquel paisaje, escuchando los pájaros y respirando el aire.

Tras un corto periodo de tiempo andando, llegamos a un camino más ancho, rodeado de pinos muy altos, y tras caminar otro poco, llegamos a la playa. Parecía un embalse.

Lo primero que hicimos fue comernos un bocadillo de tortilla de patatas que estaba para chuparse los dedos, y un zumo. Después estuvimos dando un paseo por la playa y nos echamos unas partidas a las palas y yo gané alguna. También jugamos a un juego en el que uno escondía un objeto debajo de la arena en una zona determinada y los otros tenían que encontrarlos. Todo fue bien hasta la última partida, en la que yo lo escondí tan profundo, que me tuve que poner yo también a buscarlo. Lo dimos por perdido, pero en el último momento lo encontramos.

Iniciamos de nuevo la marcha y pasamos por una pequeña laguna de las que se forman cuando llueve mucho y donde siempre, en otoño y en invierno, las ranas ponen los huevos, por lo que, ahora, aquello aparecía plagado de ranas pequeñas. Había cientos de ellas. Casi todas se encontraban en las orillas de la laguna, por lo que se hacía algo dificultoso caminar por aquel terreno.

En nuestro camino de regreso, encontramos una serpiente intentando capturar a una lagartija, pero un grupo de individuos que por allí pasaban también, pretendieron golpearla con una varas, por lo que huyó a esconderse tras un arbusto.

El sol empezaba a ocultarse y nos dimos más prisa para llegar a casa. Por la noche, allí cazan jabalíes y hay que tener cuidado. Llegamos al pueblo cuando casi todas las tiendas habían ya cerrado. Parecía un pueblo fantasma de esos que las películas del oeste.
Por fin llegamos a casa. Estábamos cansados de aquel día tan largo, pero entretenido. ¡Era hora de dormir!


Tuneado de coches


La palabra tunear procede del inglés tunning y, en el caso de los automóviles, significa modificar un vehículo para obtener mayor rendimiento. También se utiliza el término para aludir a las modificaciones de su decoración exterior e interior, aunque la palabra correcta para esta última acepción sería custom.

Las personas tunean sus coches con el fin de personificarlos y darles un toque original, es decir, para que sea diferente a los demás. La idea se ha expandido, especialmente entre los jóvenes, ya que la prensa, la televisión y muchas tiendas especializadas en el tuneado, lo promueven. Parece ser que surgió en Alemania, alrededor de los años sesenta y setenta, aunque otros creen que fue en Estados Unidos, cuando, alrededor de los años cincuenta, aparecieron los primeros coches modificados.

Aunque tunear un coche parezca algo inocente, puede ocasionar algunos problemas, ya que, al hacerle modificaciones tienes que homologarlo de nuevo porque puede que le hayas incorporado cosas que sean peligrosas para circular, como alerones de hierro o ruedas más grandes o más pequeñas de lo adecuado. Pero, normalmente, los dueños de estos vehículos se las arreglan para pasar las inspecciones técnicas. Por eso podemos ver por las calles coches que, en algunos casos, llaman mucho la atención y otros que da miedo verlos, porque, en este tema ocurre como con todo, hay gente que tiene buen gusto y otros que lo tienen lamentable.

He visto algunos coches tuneados que me han gustado mucho porque consiguen transformar un vehículo vulgar en otro que parece un bólido de carreras. Pero en otros casos, he preferido cerrar los ojos ante el mal gusto o la fealdad de algunos modelos. Lo que sí he podido observar, es que las personas que tunean sus coches los cuidan como si fuesen su más preciada posesión. Los tienen siempre impecables, limpísimos y si les llueve corren a pasarle enseguida un trapo y dejarlo relucientes.

Aunque en todo lo que he comentado hasta ahora no critico al tunning, ahora voy a resaltar su mayor pega. Y ella es el precio. La gente se gasta una barbaridad de dinero en el tuneado de los coches. Pueden invertir cuarenta y cinco mil euros en poner el volante con forma de ruleta de casino, los espejos adornados con dados, las llantas con naipes…

En definitiva, el tuneado es una moda que hace que los coches estén más decorados y más bonitos, pero es excesivo la cantidad de dinero que la gente se puede gastar para tunear su coche y que luego, con una mala maniobra, lo que le ha costado un pastón se queda hecho añicos.


A la chica que todavía no conozco


Son las once de la noche. Debería estar acostado y sin embargo me encuentro delante de una página casi en blanco del ordenador intentando escribir una carta para ti, querida desconocida, mientras escucho el rumor de la lluvia que golpea la ventana de mi habitación.

No sé cuánto tiempo tardaré en conocerte. Quizá ya lo haya hecho, pero no he descubierto de verdad cómo eres, lo importante que puedes ser para mí. Tal vez seas como esos tesoros que están delante de nuestras narices sin que les hagamos caso. No me refiero al oro ni a los diamantes, sino a una puesta de sol, al sonido de un arroyo o al olor de una flor, cosas sencillas que suelen ser las más bonitas.

Te diré cómo me gustaría que fueras.

Lo primero que suelen contestar mis amigos cuando le preguntan eso es que las prefieren guapas. Yo también, no voy a mentir, pero no es lo que más me importa. Creo que es más importante que tu boca sonría con frecuencia, que te intereses por mis ilusiones, que me abraces cuando esté triste y que nos divirtamos juntos.

Quizá pienses que soy egoísta, que sólo pretendo recibir y no dar. Ni mucho menos. Yo estoy dispuesto a ofrecerte lo mismo, y más.

No entiendo mucho de relaciones amorosas, porque nunca he tenido una, pero por lo que he visto hasta ahora, creo que las parejas felices son aquéllas que comparten sus cosas, que saben estar el uno al lado del otro cuando hay dificultades y disfrutar de la vida en compañía.

Fuera sigue lloviendo y hace algo de frío.

Miro al cristal de la ventana y veo mi imagen reflejada. Me imagino que tu cara aparece junto a la mía y que me sonríes, que me dices que estás esperándome en algún lugar cercano o lejano, ¡quién sabe!, y que pronto nuestros destinos se juntarán como dos ríos que al unirse forman uno más caudaloso y grande.

Pensar en el río y en el agua me ha dado una idea. Como todavía no sé quién eres tampoco conozco tu dirección, así que introduciré esta carta en una botella vacía y la dejaré navegar por el mar como hacen los náufragos. Las olas son listas y seguro que la llevarán hasta las manos adecuadas, las tuyas.

Yo, mientras tanto, aquí estaré esperándote, paciente, sin importar el tiempo que pase.

Un beso y hasta pronto.


Un Pekin Express por San José


Pekín Express era un programa de televisión en el que diez parejas de aventureros recorren cinco países en trece etapas. Su duración es de cuarenta y cinco días y la pareja que llega en último lugar a la meta de cada etapa se elimina, mientras que la vencedora obtiene un amuleto por valor de cinco mil euros. En la última etapa se disputa la final, que es una yincana que solo dos parejas pueden realizar, aquellas que todavía no han sido eliminadas. El ganador de la última prueba es el vencedor de Pekín Express.

A nosotros nos gustó tanto esa idea, que decimos realizar uno por nuestro pueblo, San José. Era diciembre. A las nueve y media de la mañana, las cuatro parejas de aventureros, no disponíamos de más personal ¡qué le vamos a hacer!, estaban listas para comenzar.

Yo, responsable de la idea, fui el presentador. Les expliqué cómo se iba a desarrollar la aventura y les dije dónde se encontraba la primera meta, la pensión de las Gaviotas. Y comenzamos con la prueba. Con equilibrio, debían transportar un objeto en su cabeza, pasárselo a su pareja y después depositarlo en un recipiente. A los ganadores les dimos un amuleto por valor de cinco segundos en la prueba final.

La siguiente meta sería el colegio del pueblo. Cuando di la salida, mi padre y yo nos montamos en el coche para llegar a tiempo, porque nosotros también íbamos con la lengua fuera. Tuve, no obstante, tiempo para preparar otra prueba consistente en memorizar números en chino y realizar dos operaciones. La prueba fue ganada por mi hermano y mi madre.

Los aventureros estaban cada vez más metidos en el juego, por lo que hubo varios roces que aumentaron la emoción. ¡Y es que a ninguno le gusta perder ni a las canicas! Eso suele decirse en estos casos.

Después los concursantes tuvieron que ir desde el colegio hasta el puerto, donde hice preguntas a cada pareja sobre una estatua junto a la que habían pasado en el recorrido; luego hasta el cuartel y, finalmente, hasta el mirador de Josefina Huertas, donde se eliminaría la primera pareja en una ronda de tiros a diana con flechas de plástico. Ya sólo quedaban tres, por lo que la cosa estaba muy reñida.

La penúltima meta la situamos en la entrada al Camino de los Genoveses. Despertamos la curiosidad de algunos turistas que observaban con interés la bandera de Pekín Express. ¡Nos estábamos haciendo famosos! Allí había que resolver una operación muy larga en la que el resultado sería la clave para abrir una caja con una campana. El que la tocara se proclamaría finalista y, junto a quienes obtuvieran el segundo mejor tiempo, pasaría a la final.

Esta se realizó al lado del Molino de los Genoveses, desde el que había unas vistas estupendas de la playa, el bello morrón y todo el campillo verde. Mi hermano y mi madre contra mi tío y mi primo disputarían el juego. Habría que memorizar una serie de banderas de colores, que luego se tendrían que ordenar correctamente. En caso de acertar yo les daría un palo para tocar un tambor y se proclamarían ganadores del concurso.

Yo mantuve la tensión cuanto pude, pero al final, proclamé ganadora la pareja formada por mi hermano y mi madre, que corrieron a golpear el tambor.

Justo allí hicimos la entrega de medallas de oro, plata, bronce y cuarto puesto. Y después para celebrarlo, todos, comimos en una pizzería. ¡Habiá que recuperar las calorías quemadas a lo largo de la mañana.

Fue una experiencia muy gratificante. Tanto, que repetimos el juego en otros lugares del Parque Natural de Cabo de Gata.

Quizá alguno de los que lean este texto se anime a participar en el próximo. Puedo asegurarle es que se lo pasará estupendamente.


Si no se indica lo contrario, el contenido de esta página se ofrece bajo Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License